Una de las ideas que ronda en la mente de muches que nos acercamos algún paganismo o neopaganismos es el reencontrar un vínculo más vivo con la naturaleza y los seres que habitan en ella. A veces seguimos reproduciendo conceptos sobre cómo transcurren, cómo viven animales, plantas, planetas, estaciones, etcétera, que han sido desmentidas por las ciencias. Como si la investigación científica matara lo sacro que nos rodea. Les acerco esta oda a los dioses de nuestros hermanes plantas y animales que integra lo que sabemos al día de hoy de sus formas de transitar la vida. Saber más sobre su comportamiento, sobre su nivel de conciencia, sobre sus ciclos de reproducción y muerte, me maravilla más, hace a la naturaleza aún más sagrada. Espero que les genera el mismo cosquilleo que a mí.
El fragmento está traducido por mí del libro Godless Paganism, compilador John Halstead. En él varios autores comparten diferentes formas de concebir su espiritualidad, la ontología, los rituales.
Los dioses olvidados de la naturaleza por Lupa
Cuando pensás en los dioses de la naturaleza, en quién pensás? ¿pensás en el Señor y la Señora wiccanos (amados también por muchos paganos no wiccanos)? ¿ella una mujer de pelo largo envuelta en enredaderas, frutas y granos; él un hombre hirsuto y corpulento y rodeado de grandes mamíferos salvajes?
¿Te imaginas a Artemisa o Diana, cazadoras y doncellas y portadoras de la luna? ¿O tal vez a Gea, su barriga hinchada, la Tierra misma? Apuesto a que nueve de cada diez veces, la deidad que pensaste primero tomó la forma de un ser humano, femenino o masculino o de otro tipo, pero casi seguro se formó a nuestra propia imagen.
Pero quiero contarles sobre los dioses olvidados de la naturaleza, aquellos cuyas historias nunca fueron escritas porque sus devotos nunca escribieron una palabra en sus vidas. Quiero contarles sobre los dioses que se negaron a renunciar a sus propias formas y prometieron nunca inclinarse ante el arrogante mono humano. Quiero contarles acerca de los dioses que están debajo de los pies, escondidos en los árboles, enclavados en las rocas, entre corrientes rápidas y brisas más altas que las nubes grises que nunca se manchan con la tierra. Dejame contarte algunas historias de divinidades sin nombre, casi destruidas por el surgimiento de la mujer y el hombre y las deidades que trajeron con ellos.
Te canto sobre la diosa y el dios de la familia del salmón, cuyos hijos se arrojan sobre piedra e inundan cada año para que la familia pueda continuar. Te canto sobre el divino Caras Gemelas, él con el color más fuerte y audaz del macho engendrando, ella la de la fauce esquelética que espera matar a todos los que se aparean en la piscina del nacimiento. Ella es quien llama al salmón en su locura, incluso cuando se lanzan a su propia muerte; Él es quien los impulsa hacia adelante y llena sus músculos con fuerza extraída de cada fibra del ser. Durante años, los jóvenes salmones escuchan cuentos sobre la atracción irresistible de los dioses, pero incluso los detractores más vehementes están indefensos en el momento en que escuchan la canción del destino divino en sus huesos.
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Le canto al dios del viento de la familia de los Pinos, cuyas generaciones pueden verse favorecidas por la brisa rápida, pero que pueden caer al suelo en la temible tormenta. Te canto oraciones susurradas a través de agujas juntas y liberadas en suaves remolinos de aire, para que el dios sea misericordioso en las tormentas de primavera y en las ventiscas de invierno, en la fría noche de otoño y la repentina tormenta de verano. Porque es el dios quien decide qué hilera de árboles saldrá hacia el futuro, y es un viento caprichoso que lleva el polen de manera segura al piñón, o sobre piedra estéril para morir. Y es el dios quien se lleva los árboles en su terrible ira, dejando a uno de pie pero arrebatando a un compañero de raíz en un instante.
Te canto de las deidades de los mohos del fango, asexuadas y extrañas, a la vez mil voces y una canción unidas. Te canto sobre tiempos difíciles cuando la madera se ha podrido y el sol hornea la tierra, y mientras los individuos morimos, juntos prosperamos. Las divinidades piden sacrificio, las mil voces lo exigen. Aquellos que mueren para dar vida a los demás, aquellos que levantan la nueva generación para que puedan extenderse por todas partes, estos se convierten en una parte de esa sagrada hueste, sus voces inmortalizadas no en células sino en espíritu.
Te canto sobre el duoteísmo de la avispa hembra, la Gran Madre del Árbol cuyas frutas albergan tiernos huevos de avispa y el Demonio Nematodo que derriba las capas de huevo cansadas para alimentar a su propio engendro. Te canto sobre el duoteísmo de la avispa macho, la Diosa Oscura de cuyas esferas de confinamiento escapan pocas avispas masculinas, y la Seductora que llama a los machos para aparearse y emisión al mundo, prometiéndoles lo más cercano a la libertad que conocerán en sus breves vidas. El Árbol y el Nematodo, la Higuera y la Avispa: sus historias son susurradas a los jóvenes mientras su madre pone sus huevos en la cuna, todo lo que sabrán de ella.
Te canto del Creador del pez payaso, que por la mañana es un dios, que al mediodía brilla intensamente desde arriba, que por la tarde es una diosa, que por la noche pone sus huevos y que por la noche muere, solo para renacer como un dios nuevamente en el próximo amanecer. Te canto de esos piscianos que vigilan cada noche, esperan el regreso del Creador con la luz y calman a los atribulados que se apiñan en la oscuridad y la fe temblorosa.
Te canto sobre el panteón de les lombrices de tierra, todes y cada une hembra y macho a la vez, todes unidos, que residen en lo profundo del suelo. Te canto sobre sus demonios, dioses defectuosos divididos en hombres o mujeres, seres hambrientos que devoran a todes en busca de sus mitades perdidas. Están malditos para siempre, vagando por la superficie, negada la seguridad del suelo fresco y oscuro. Cuando la tierra tiembla, les lombrices de tierra dicen que los dioses y los demonios están peleando, y les dicen a sus crías que se refugien. Cuando el suelo se abre por encima de elles y deja entrar el fuego ardiente, les lombrices de tierra se retuercen y huyen para no separarse y unirse a las filas infernales de los cielos.
Te canto de la innumerable e infinita hueste divina de las hormigas. Te canto sobre valientes diosas guerreras y cuentos de humildes machos embaucadores que intentaron tomar su poder. Todas las hormigas conocen la historia de la Reina Diosa más grande de todas, que le robó las alas a su compañero cuando él se atrevió a usurpar su trono, y lo arrojó a la tierra para morir, y ella reinó sola.
Te canto del Uno y Muchos de la familia del bambú, que es todo bambú y cada bambú. Te canto el baile del Uno y Muchos, que crece y crece y siempre se vuelve más y nunca se vuelve más. Solo una vez cada cien años, cuando las estrellas están en sus lugares correctos, el Uno y Muchos se convierten en la Flor que Mata, y se dice que todos morirán cuando esto suceda, porque ¿quién está vivo hoy y recuerda algo diferente? Pero de los restos de los muertos, el Uno y Muchos, vuelve a crecer, y devuelve a la vida a los muertos, recuperados de los recuerdos de sus vidas anteriores para que puedan comenzar de nuevo y en forma nueva.
Te canto la triste canción de los pálidos y fantasmales dioses del dodo y los uros, los tiranosaurios y los calistophytales (plantas de eurasia), de los dioses de Wiwaxia (familia de moluscos extintos) y Prototaxites (hongos terrestres extintos) y Cooksonia (primeras plantas terrestres, extintas). Te canto las canciones de la victoria de los dioses que los superaron y reinan hoy, los dioses de los lobos y las morillas, los robles y las abejas, y de la valiente y única diosa de los celacantos1. Dejo a otros que vendrán después de mí el cantar las canciones de esos dioses que aún no han nacido en este mundo, que por mucho tiempo reinen y cuiden de los suyos.
Te canto de muchos más dioses, dioses del viento y del agua, dioses de cada mineral y los eventos que los crearon. Te canto de los dioses de los protones, de los quarks, de las fuerzas atómicas que se unen y sostienen. Te canto del dios del polvo que vuela del cometa quemado por el hielo y del dios de los espacios intermedios. Te canto sobre el dios que se retuerce como una serpiente en el centro de cada sol y se encuentra nuevamente enrollado dentro de cada electrón, compartido por ambos y adorado por cada uno a su manera. Te canto sobre el dios que reúne asteroides como una burla a los sistemas solares de su hermana, celoso del poder de su hermana mayor. Te canto de todo esto y de muchos, muchos más.
Estos, entonces, son los Dioses sin Nombre, los Dioses Olvidados, los que yacen en las sombras de los muchos panteones de los humanos. Cuando hables de los dioses de la naturaleza, no los descuides. Cuando hables de los dioses de la naturaleza, recuerda que la naturaleza no tiene solamente forma humana, así tampoco lo Divino. Porque hay dioses mucho más allá de los que alguna vez se entregaron al papel o la piedra, cuyos nombres nunca fueron pronunciados por la garganta humana ni tocados por el oído humano.
1Los celacantimorfos (Coelacanthimorpha) o celacantos son peces de aletas lobuladas (sarcopterigios) que se creían extintos (se trata también, por tanto, de un relicto) desde el período Cretácico hasta que, en 1938, un ejemplar vivo fue capturado en la costa oriental de Sudáfrica.